El viernes nos
íbamos a la cama con la fatal noticia de los atentados de París. Evidentemente,
lo primero que se nos viene a la mente son las víctimas, las mortales y las
heridas, pero yo fui un poco más allá, y pensé en las nefastas consecuencias
futuras que esto iba a traer. Consecuencias que se traducen en ataques a
mezquitas, en sesudos debates sobre la violencia del Islam o en un odio racista
creciente al drama de los refugiados.
Reconozco que
estoy en un dilema moral. Por una parte, mi sangre caliente me lleva a opinar a
que hay que contraatacar, darle donde más les duela y vengar a nuestros
muertos. Pero luego la cabeza fría me dice que más muerte no es la solución, y
que entrar en esa peligrosa espiral puede acarrear en males mayores peores.
Al igual que
todos los cristianos no somos de la misma forma de pensar, no todos los
musulmanes no ponen bombas. Yo, que soy creyente católico, reniego de lo que
mis antepasados hicieron a través de las Cruzadas o en la Inquisición. La
palabra de Dios no entra con sangre, sino con amor. Matar en nombre de Dios es
justamente lo contrario de lo que Jesús nos enseñó. Y cuando la política se
mezcla con la religión, surgen los integrismos. No todos los seguidores de Alá
defienden la Yihad, al igual que no todos los cristianos estamos de acuerdo con
ciertas actitudes y tradiciones de nuestra fe. Es por ello que me gustaría
romper una lanza a favor de aquellos mahometanos que practican su religión
aborreciendo la violencia.
La verdad es
que las adversidades es el mejor pegamento para los pueblos desunidos.
Nosotros, que hasta hace dos semanas renegábamos de aquellos que nos invadieron
en 1808, nos tiran las naranjas en los Pirineos o utilizan sus guiñoles para
echar por tierra al mejor tenista de la Historia, nos ha faltado tiempo para
ponernos en las redes sociales una bandera que no es la nuestra, como si eso
fuera a solucionar algo. No, queridos compatriotas. La foto de Facebook con la
Tricolor francesa no es la solución. Ni las velitas ni las flores en las
embajadas. Ni los minutos de silencio. Esto se arregla sin que nuestros
gobiernos (los mismos que hoy bombardean Siria) vendan las armas con las que
luego nos matan sus mártires. Se solucionaría si empleáramos mas medios humanos,
materiales y económicos en identificar a los asesinos entre las miles de
criaturas que huyen de su país porque allí no se puede vivir.
Eso sí, con
los yihadistas mano dura. La muerte que ellos buscan no se la debemos dar. Eso
es lo que quieren. Es duro, pero estamos a las puertas de la III Guerra
Mundial. Si la cosa sigue así, la violencia irá en aumento. Es el momento de
poner el pie en tierra y pensar con la cabeza. Pero desde arriba hasta abajo.
Desde nuestros gobernantes hasta nosotros mismos. Solo así lograremos detener
esta sangría.
PD: Es doloroso sí, pero miles de personas mueren cada día en Oriente Medio y ningún periódico dice nada...