Los seguidores de mi blog saben que al llegar el Lunes de Pascua hago
un resumen sobre lo que ha sido la Semana Santa. Desde el Viernes de Dolores al
Domingo de Resurrección suelo resumir lo vivido en esos días. Pero este año
será diferente, porque la Semana Santa ha sido (o mejor dicho, concluido)
diferente. Es por ello que no he querido escribir estas líneas hasta que no
hubieran pasado algunas horas para enfriar los sentimientos, apaciguar los
ánimos y reflexionar sobre lo vivido ayer en nuestra Estación de Penitencia.
El pasado Domingo de Resurrección fue un día en el que aprendí muchas cosas. En aquellas horas pasadas por agua, Sevilla, mis hermanos nazarenos de la Resurrección, las bandas de Virgen de los Reyes y Cigarreras, los Gladiadores y sus capataces,… me enseñaron cosas que no sabía, y que aunque la situación me era familiar en otras cofradías, ayer la viví en mi propia casa…
Había muchas ganas de proclamar la Resurrección de Cristo éste año, más
aun después de no haber salido el año pasado. La situación era diferente al
2013, y en la Junta de Gobierno estábamos más esperanzados. Con los partes que
manejábamos a las cuatro de la mañana podíamos eludir la lluvia, aunque fuera
corriendo… pero se ve que el 2014 no es nuestro año, y el agua quiso aparecer
en la Semana Santa. Un nuevo parte demoledor llegó cuando el cortejo del Cristo
estaba en la calle. ¿Cómo volver a la mitad de nuestros nazarenos con el suelo
seco y sin caer una gota?
Nos la jugamos, tomamos la decisión de salir y la climatología en aquel
momento nos ganó (no así después, ya que a la hora que debía estar cayendo
chuzos de punta el sol asomaba tímidamente entre las nubes). Nos equivocamos,
sí. Tomamos una decisión errónea, pero no me arrepiento en absoluto de ella. Se
equivoca aquel que tiene que decidir. Unas veces sale cara y otras sale cruz… y
ayer salió cruz.
Las imágenes quedarán por siempre en nuestra memoria. Muchos no vivimos
lo sucedido en el 1982, cuando la lluvia cogió a la Hermandad camino de la
Catedral e hizo que esta adelantara su entrada en ella. Era la primera vez que
a nuestra Hermandad, poco acostumbrada a climatología adversa, se mojaba en
muchos años. Si amargo fue quedarnos dentro el año pasado, peor aún fue lo de este
año.
Cuando el Señor dobló Conde de Torrejón hacia Correduría, empecé a
darme cuenta de las lecciones que Dios me iba a dar. Y la primera me la
dieron mis Gladiadores. Aprendí que en
momentos como esos, no hay distinción entre un hermano de toda la vida de la
Hermandad y aquel que llega a una cuadrilla sin una vinculación a la misma. En
esos instantes todos éramos uno, todos empujando a una y con el único objetivo
de que el Señor sufriera lo mínimo posible. Tanto corazón había que el paso no
pesaba nada. En la memoria quedará aquella mano desde la esquina de Relator con
Feria hasta el suelo de Santa Marina. Rodri, Cano, Ruda, Nieto, Gordillo, la
gente de Jerez, Enrique Vega, Chorla, Manolo Valiente, Navas, Javi, los Borjas,
Alexander… todos hechos un bloque macizo por y para el Señor Resucitado. Todos
empujando por Él.
En ese empuje tuvieron mucho que ver ambas Bandas. Virgen de los Reyes
lleva 31 años en Santa Marina, Cigarreras 19. Muchos años juntos, en lo bueno y
en lo malo. Y es por ello que ayer demostraron que son un hermano más de la
Resurrección. Ni un solo instante dejaron de sonar sus acordes. Chicotá y
marcha, chicotá y marcha, una detrás de otra hasta llegar a casa. Esfuerzo titánico
y sobrehumano que se hizo más llevadero con sus marchas. Ole por ellos.
Y la otra parte de ese empuje la dio Sevilla. Esos valientes que
acompañaban al Señor desde el minuto 1, que no abrieron un paraguas en todo
momento (“si se moja el Señor, me mojo yo”) y que aplaudían el esfuerzo de las
cuadrillas me enseñaron que nuestra Hermandad es querida. Querida por el pueblo
llano, por el que no entiende de protocolos o clases, de horarios o política
cofrade. Una Sevilla que a las 11 de la mañana formó colas en Santa Marina para
ver los pasos. Una Sevilla que arropó a nuestros Titulares y que con su calor y
su aliento hizo más fácil el amargo trago de llevar los pasos corriendo hasta
casa.
Y que esos pasos llegarán en solo seis minutos de Ominum Sanctorum a
Santa Marina solo lo puede conseguir una persona. El mejor capataz de Sevilla.
Un hombre que aunque saca diez cofradías en nuestra Semana Santa, siente especial
predilección por la Hermandad en la que su padre fundó la cuadrilla de
costaleros. Un hombre de fuerte carácter (a veces demasiado), pero que se
desvive por la Resurrección. Un hombre que sin pestañear prometió traer a la
Virgen de vuelta en dos horas desde la Catedral. Un hombre que quiere a la Hermandad
de la Resurrección por encima de todo y que ayer me dio una lección de
costalería y de la grandeza de este oficio. Un hombre que se llama Antonio
Santiago.
Cuando la Virgen estaba dentro, en casa, sentí miedo. La vorágine de
los acontecimientos no me hizo ser consciente de todo lo vivido. Solo entonces,
cuando ya todos estábamos bajo techo, es cuando sentí pavor. Pero no de que
hubieran sufrido los pasos o las insignias (al fin y al cabo son materiales…
todo puede arreglarse o sustituirse en el peor de los casos). Mi mayor temor
entonces era mirar a la cara de mis Hermanos de la Resurrección y que de sus
ojos salieran unos merecidos reproches… pero no fue así.
Lejos de encontrar cualquier condena, vi todo lo contrario:
comprensión, adhesión a su Junta de Gobierno y el orgullo palpitante de
pertenecer a su Hermandad. Lo más doloroso fue ver las lágrimas de muchos de
ellos. Ese sentimiento de Hermandad es algo que me emociona cada vez que lo
recuerdo. Escribo esto y se me saltan las lágrimas al rememorar como en ningún
momento dejaron solos ni al Señor Resucitado ni a la Virgen de la Aurora. Con
sus capas protegían las insignias, y hasta los nazarenitos más pequeños mantuvieron
la compostura. Es por ello que a cada uno de ellos les di las gracias
personalmente y les pedí disculpas por el trago. Aprendí ayer que mis Hermanos
están a muerte con su Hermandad, que se revuelven cuando su Hermandad sufre, y
que dan el callo cuando hay que darlo, no solo ahora, sino siempre. Eso es el
único recuerdo bueno que me llevo de ayer.
Por lo demás, poco más. Ya están los neorancios llamándonos jugadores
de pasitos. Los neomisticos ya tienen un arma más en contra nuestra. A mí me da
igual. Yo me debo a mis hermanos, a los de cordón azul y blanco y a los de
blanca túnica. A esos valientes con los que no pudo ni el fuego de enero y la
lluvia de este año.
A ellos y solo a ellos me remito, y a ellos y solo a ellos resta pedir
disculpas y dar las GRACIAS.
2 comentarios:
Te olvidas de Ernesto y no deberías.
Un abrazo
Si la Hermandad de la Resurrección es grande, mas grande son los hermanos q como tu representan hermandad en su vida y en sus corazones q es el verdadero sentido de esto
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