Fuiste un luchador nato. Tu descomunal fuerza,
unida a la superación y sacrificio de la mujer de tu vida, hizo que te rieras
de médicos agoreros y echándole casta y coraje (normal siendo sevillista desde
el momento en el que naciste) lograste sobreponerte al ictus que hace unos años
te dejó tocado, pero no hundido. Tu esposa se entregó (aún más) en cuerpo y
alma a ti y a tu recuperación, y cada avance era celebrado en casa como una
victoria. Eso te permitió disfrutar de la vida, de tus hijas y de tus nietos en
todos estos años.
Tus problemas de movilidad no te impidieron
reformar tu refugio campero de Pajaritos donde tanto disfrutabas. No hablabas
con la boca, pero tu sonrisa y tu mirada eran suficientes para ver lo que tu
corazón decía. No te perdías nada de tu Hermandad, de nuestra Hermandad de la
Resurrección de la que formabas parte desde hacía más de treinta años. Solo ya
cuando la enfermedad avanzó tanto dejaste de frecuentar Santa Marina. Se
perdieron tus tardes en sus bancos y con ello las veces que entrabas en la Casa
Hermandad para esperar a que tu mujer (el ángel que el Señor Resucitado te puso
para guardarte) terminara de impartir sus clases del Taller de Corte y
Confección.
Lasaliano de pro, sevillista acérrimo y con su
Hermandad de la Resurrección por bandera, tuviste claro desde un primer momento
que cuando caminaras por la calle San Luis del cielo hacía la Luz eterna de la
Aurora, descansarías a los pies de la Virgen por la que suspirabas y te
desviviste. Ya estarás jugando al dominó con Marco, con Gumer, con Manolo
Corrales y con tantos otros del Colegio con los que departiste y conviviste en
el bar del 35 de la calle San Luis.
Lo que un ictus cerebral no pudo lo ha hecho un
accidente de tráfico. Dejas aquí a tu esposa Maribel, a tus hijas Olga y Eva, a
tus yernos Antonio y Juanma, y sobre todo a tus nietos, cuatro tesoros como
cuatro soles. Dejas también al resto de la familia y a toda la
gente del barrio en el que echaste raíces. Pero además a mí dejas un mosqueo.
Te reñí ayer cuando estábamos charlando tu y yo con el cristal de por medio
porque no cumpliste con algo que habíamos hablado. Me tuviste en brazos el día
que me bautizaron pero no estarás físicamente ya el día que me vista de novio.
Te marchaste un año justo antes de mi boda, y eso me ha dolido. Pero no te
culpo: ver como el Señor, el Cristo de tu devoción y tus oraciones, te llamaba
a su presencia resucitada y decirle que no debe ser imposible.
Ayer te lloramos, te despedimos y hasta nos reímos
con tus ocurrencias y tu buen humor (que era otra de tus señas de identidad).
Lloramos tu desaparición física, pero sabes que imposible olvidarte. Nuestro
consuelo es que tan pronto la vida abandonó tu cuerpo, tu alma resucitó. Ya
estás en el Reino de Dios, donde es Semana Santa todo el año y donde el Señor
de la Verdad y la Vida que veneramos en Santa Marina reside en cuerpo y alma. Allí
mismo está la Virgen de la Aurora del cielo, en cuya capilla de la tierra
esperaras la resurrección del cuerpo prometida por Jesús.
Te fuiste tito Joaquín, pero tu memoria queda.
Siempre en tu Hermandad, para siempre en Santa Marina y cerca de tu casa, de tu
mujer y de tus niñas. Da recuerdos a la abuela Patro y nunca pierdas tu
sonrisa, que es el mejor recuerdo de cuantos nos guardaremos aquí abajo.
Descanse en paz.
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