Cierras los ojos, y lo que ves es todo negro ruan. Suena la
ultima campanada y su tañido te lleva a la noche de un Viernes Santo. Todo
acaba en esa fracción de segundo y todo vuelve a comenzar. El contador está de
nuevo a cero. Las manecillas vuelven a colocarse una sobre la otra apuntando
hacia lo mas alto, indicando la dirección hacia la gloria. Esos besos que das a
tu gente de alrededor son los mismos que depositas en Su mano. Quizás no seas
consciente pero aquello que hoy terminaba vuelve a comenzar, y lo hace como
siempre. Empieza igual que hace décadas, y pasan los años, los siglos y la
eternidad… pero el inicio es siempre el mismo.
Y ese inicio mezcla la luz del reflejó del espumillón con el
de cera ardiente. Las flores que cuelgan del árbol son réplicas de aquellas que
sobre la plata cincelada aroma sus pies. Las canciones con las que recibimos el
año nuevo se tornan en salmodias y alabanzas que nacen de los centenarios tubos
de un órgano basilical. Todo pasa, y todo llega. El tiempo avanza inexorable,
impávido, decidido y fuerte. Y el año nuevo que se recibe en otras latitudes
ritmo de palmas en un concierto de música clásica llega a Sevilla con olor a
incienso.
Baltasar aún no ha pasado y la primera cera ardiente ya
alumbra al Hijo de Dios. Las primeras jarras de claveles perfuman su Basílica y
el oro ya se ha bordado en su túnica. El año nuevo ha llegado a Sevilla con el
Quinario al Señor de los azulejos, al Gran Poder de Dios hecho madera y que
vive en San Lorenzo.
La cuenta atrás ya ha comenzado…
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